El un lugar donde prefiero no acordarme, las personas ciegas las llevan al vestíbulo de la Gran Mezquita, para que pasen el día. Allí rezan, y también reciben peticiones de rezos. Algunos de los ciegos los consideran sabios y se les pide consejo. Un turista estuvo una semana recogiendo consejos. Esta es la historia de los ciegos sabios.

29 abril 2008

Mundo previo








































Me encontraba en la Plaza Mayor de aquella ciudad, observé como el camión del ejército descargaba y amontonaba tubos de color verde, y como un grupo de soldados observaban el rompecabezas de tubos, y empezaban a montar, lo que en un principio parecía como un enorme columpio, de estos de parque infantil.

Mohamed era uno de los ciegos más jóvenes de la gran mezquita, y yo entendí que era el que se merecía un destino mejor que el de rezador, y, esperar años y años para ser también consejero. Estaba sentado junto a él, él sonriente, yo compungido por lo que había pasado aquella mañana.

Aquella mañana, lo llevé al hotel. Allí mismo, en mi habitación, un oftalmólogo de Tarragona lo exploró, y nos dijo que su problema tenía solución. Los 17 integrantes del grupo de turistas, estaban dispuestos a aportar dinero para que pudiera efectuar el viaje. Mi esposa estaba ilusionada en acoger en nuestra casa a aquella persona, y darle un futuro distinto.

Todo bien, todo eran risas y proyectos… lo de menos: el dinero, porque las estimaciones económicas más altas, para nosotros eran más que asequibles. No se olvide que nos encontramos en un viaje turístico muy caro, y a la vez, en una zona peligrosa, o sea, que los que íbamos en aquel tour, éramos personas con tarjetas de crédito más que machacadas y un cierto melancólico espíritu aventurero, una combinación ideal para encontrar almas dispuestas a aflojar la mosca. El chico ciego era casi como un souvenir más del viaje. Hasta le cambiamos el nombre, entre todos le pusimos el nombre de Simón. Él chico acepto, sin decirnos lo que pensaba, de todo aquello, vaya, que “Simón”, era el que mostraba una alegría más contenida, sobre un tema del que era el, aparentemente, protagonista.

En todos los aeropuertos se observa cómo algún turista se pasa de la raya y se trae algo extraordinario, algo muy voluminoso, con frecuencia una enorme alfombra, o un mueble… o un sombrero mejicano capaz de dar cobijo a una familia al completo. Otros turistas esconden en la bolsa de la ropa sucia, allí entre la ropa interior, una joya, con presunción de ser muy costosa y que si la encuentran tendrían que pagar un costoso impuesto de aduana. Nosotros nos habíamos pasado dos pueblos, nos traíamos a una persona completa, enterita, toda ella… incluso respirando.

Cuando se enteró su familia, se opuso en redondo, por la única y sencilla razón de que si él se marchaba, la familia se quedaba sin fuente de ingresos. La familia en cuestión había vivido en torno a una carpintería, toda la familia trabajaba en noble arte de hacer pequeñas piezas de madera. El padre, tras muchos años de aprendizaje, trabajaba la madera en un rupestre torno, a ras de suelo, que rodaba a base del impulso con una mano, a una especie de arco que se parecía al arco de un violín, de la otra mano se servía para colocar la madera, con las dos manos ocupadas, se ayudaba de los pies para proyectar el trozo de madera que se iba a convertir en una pieza escrupulosamente trabajada.


Después del accidente de Mohamed, la familia se fue acomodando en torno a una insospechada fuente de ingresos: Mohamed cantaba muy bien, y tenía un fino olfato para la percusión. O sea, que durante el día estaba en el vestíbulo de la gran mezquita, y también participaba en fiestas y ceremonias, cantando y acompañándose él mismo, con sus diversos timbales. Sospecho también que alguna de estas fiestas tendría un carácter abiertamente íntimo, y que más de una turista con nómina alta y en horas bajas, había disfrutado de su compañía. O sea, que nuestro ciego no era un ciego virgen al 100%, ya había estado manoseado. Pero bien, desde el punto de vista formal, todo estaba correcto.

Mohamed (Simón) me dijo: “
Yo no quiero vivir como un borrego más, ahora que se que mi enfermedad se cura, no tengo la menor intención de hacer algo que me recupere la vista pero me haga infeliz, prefiero cantar y rezar ciego, que estar sentado todo el día en un torno haciendo palos para cocinar pinchitos morunos”.

“Ser ciego me ha permitido alcanzar un conocimiento superior, gracias al contacto que he tenido participando en fiestas, conociendo a personas, que en otra circunstancia no hubiera conocido. Mis hermanos no hablan idiomas, ni han estado en los lugares más selectos de la ciudad, ni han hablado con personas del “otro lado”, como tu”.

“Ser ciego no es el todo, puedes ver o no ver, si ves, esto te puede hacer hábil para conducir un coche, pero tampoco pasa nada en no poder hacerlo. Es como tener o no tener dinero, tampoco te ha de hacer necesariamente feliz o infeliz. Cuando todos éramos carpinteros, éramos más felices que ahora, que tenemos más dinero, ahora mi familia tiene miedo de tener que volver a ir a comprar cada día lo justo para el día, porque no hay más dinero”.

“El problema del dinero es que una vez que lo conoces, luego te da miedo perderlo, y te hace más cobarde.

“Nadie sabe cuál es el mejor camino. Tienes que salir, ir a buscarlo, probar, enfrentarte a la vida. Yo, cuando no estaba ciego, me estaba totalmente prohibido pensar en otra cosa que no fuera en el trabajo. Ser ciego para muchas personas es de los peores impedimentos para la vida, para mi ser ciego fue mi salvación. A veces, la condición te salva. Y esa misma condición que te salva, no siempre ocurre lo mismo en otras personas, he conocido ciegos que no han sobrevivido su enfermedad, yo, con esta misma enfermedad, me he crecido. Todo es un “depende”.


“La mejor cualidad humana es saber aceptar las cosas tal como vienen y, tal como vienen saber encontrar el lado más positivo, que lo hay, seguro”.

“Una vez que el ciego supera la etapa del “que va a ser de mi”, empieza a aprender, reaprende, y este reaprendizaje le puede permitir crecerse. Es un lujo, que antes no se podía permitir. Con esto no quiero decir que hay que volverse ciego para ver la luz, sino que hay que saber aprovechar las diversas circunstancias de la vida, porque de las peores, las más extremas, pueden salir las mejores oportunidades en una nueva vida”.





1 comentario:

Susana dijo...

Pues sinceramente a mi me parecia hermoso devolverle la vista. Ya le veia volviendo a su pais despues de una operación abrazando a su familia y llorando de alegria.
Pero bueno... todo no puede ser en esta vida..