El un lugar donde prefiero no acordarme, las personas ciegas las llevan al vestíbulo de la Gran Mezquita, para que pasen el día. Allí rezan, y también reciben peticiones de rezos. Algunos de los ciegos los consideran sabios y se les pide consejo. Un turista estuvo una semana recogiendo consejos. Esta es la historia de los ciegos sabios.

25 noviembre 2007

Las 4 Haches







El hermano del ciego de la Gran Mezquita vendía sal, al día siguiente lo fuí a visitar en el mercadillo donde cada martes (único día de la semana que ganaba dinero) ponía su única mercancía en venta. Me preguntó si creía era creyente, y yo no supe exactamente que responderle, él empezó a hablar:
¿Qué mérito tiene creer en lo que ves? Debes creer (también) en aquello que no ves, aquello que tus antepasados te han dicho que es, pero no se puede verificar con la experiencia de los sentidos.


No tiene ningún mérito madurar en el sentimiento de que solo lo que tus ojos y tus oídos ven y oyen, es lo válido. Es el principio del fin.

No pierdas las ilusión de que algo fuera de ti te puede ayudar, incluso te puede resolver tu vida, somete todas tus pertenencias y lo que más quieres a un rezo íntimo, con alguien o algo que te han dicho que está pero que hay que buscarlo más allá de lo que tu puedes comprender como simple ser que eres dentro de una gran creación.
Se humilde: Nunca dejes de querer continuar aprendiendo.


Se honesto: No les defraudes, ellos han confiado en tí y esperan lo mejor de tí.


Se hábil: Piensa en qué puedes hacer mejor que los otros.


Ten buen humor: Ten el optimismo y el buen humor como la referencia de tu hacer diario.


Por encima de todo: reza. Si te das verguenza de la palabra "rezar", entonces recógete cada día un rato contigo mismo, y, por unos momentos, sé tu en cuanto a tu.




Y en esa dimensión desea lo mejor para ti y para los que te rodean, por miserables sean.



04 noviembre 2007

Primer quiebro





A Mansur (primo del guía turístico que también se llama Mansur), no le gustó (en absoluto) que la primera conversación que mantuve con uno de los ciegos del vestíbulo a la Gran Mezquita se saliera tanto de lo políticamente correcto. Estuve toda la tarde con una persona había sucumbido al juego y al alcohol, con una pesona que fue inmensamente rica, y también (hasta hacía poco) inmesamente pobre, hasta el punto que su familia terminó por dejarlo todo el día tirado allí, y lo recogía al atardacer, esperando que le hubieran dado algo.


Al final, los familiares que lo habían recogido (con abierrta desgana), no les fué mal cargar con aquel ciego. Tenía carisma, gustaba a la gente, y habia adquirido un cierto renombre y cada día regresaba a casa con más dinero.


Decidí conversar con él porque lo ví dando consejos a una madre y su hija. La madre hablaba acaloradamente señalando a su hija, que estaba empecinada en hacer algo que la familia no estaba dispuesta a consentir.
Al cabo de media hora, cuando la madre ya no le permitía hablar más por el sofoco acumulado, nuestro ciego cogía la mano de la joven y empezó a hablarle, en dos minutos el semblante de la madre cambió y la jovencita empezó a comprender. Al poco rato todo acabó con una madre agradecida, una buena propina y una joven mas que convencida, con el semblante de que se había encontrado con una salida airosa.